Hay dos ideas preocupantes en las declaraciones oficiales sobre la inminente reforma electoral. La primera consiste en el deseo de que las mayorías se reconozcan, “porque así ha sido la historia de México”; la segunda busca eliminar parte de toda la proporcionalidad en el Congreso, reduciendo la presencia y fuerza de las minorías, cualesquiera que sean. La combinación de ambas ambiciones representa una amenaza más para la desdichada democracia mexicana.

Una regla no escrita de la mayoría de las reformas electorales en México, desde la de López Portillo en 1977, y en muchos países, estipula que una condición sine qua non para su éxito y continuidad radica en el consenso. Si no están de acuerdo todos, o por lo menos un amplio segmento del espectro político, cualquier cambio en las reglas de

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