Sobre el suelo hay una maleta abierta, con varias bobinas de película cuidadosamente enrolladas y etiquetadas en sus cajas. Encima de la mesa, un proyector de 16 mm espera su turno, como si también fuera parte del relato. Cuando se enciende, el traqueteo del mecanismo llena la sala con un sonido casi hipnótico, y sobre la pared aparece un fogonazo de luz: comienza el 'loop'.

Alberto Cabrera Bernal (Madrid, 1976) no se considera exactamente un director de cine. Lo suyo es otro lenguaje, uno que mezcla película, tijeras, sonido, estructura y tiempo. Se mueve en los márgenes del audiovisual, allí donde el cine no siempre cuenta historias, sino que se convierte en objeto, ritmo o incluso escultura. Lo suyo es hacer cine «con los posos del café»: con lo mínimo. Y desde hace cuatro años también

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