Hace diez días el calor parecía que iba a derretir los riscos del monte Parnaso. Las paredes verticales que tenía ante mí protegían, con la solemnidad de siempre, uno de los más sagrados lugares de peregrinación de la Historia. Ahora sabemos que lo es desde el Neolítico, aunque la huella más visible de su uso data del siglo VIII a.C., cuando se levantó un templo a Apolo que, en cuestión de siglos, se convirtió en la sede del más respetado oráculo griego. En su interior, una sacerdotisa, la Pitia, recibía las preguntas que cientos de peregrinos inscribían en tablillas de cera o barro, y las respondía con frases ambiguas, supuestamente dictadas por el mismísimo hijo de Zeus. Consultarla no era gratis. Los que recurrían a sus servicios pagaban una cantidad de dinero, junto a una torta de cere

See Full Page