Playa de Riazor (La Coruña), en la que ondea una bandera azul, un distintivo de calidad. Pablo Pita, CC BY-SA

Las playas son lugares hermosos que invitan al descanso y la diversión. En ellas se realizan todo tipo de actividades de ocio, que van desde relajarse tomando el sol hasta practicar deportes acuáticos como el esnórquel o el surf. Por ello, y a pesar del aumento de la oferta de actividades alternativas en España en los últimos años –como el turismo cultural y gastronómico, las rutas de senderismo o las visitas a entornos rurales–, las playas, junto con el buen clima, siguen siendo el principal atractivo turístico para los visitantes, tanto nacionales como extranjeros.

Además de ser espacios de recreo, las playas son ecosistemas costeros de gran valor ecológico que albergan una notable biodiversidad. Esta riqueza biológica se debe al elevado dinamismo de estas áreas, sometidas al constante impacto del oleaje, al desplazamiento de los sedimentos y a la alternancia entre la exposición al aire y al sol, y la inmersión en agua salada.

Por su condición de ecotonos, es decir, fronteras entre el mar y la tierra, las playas son el hogar de numerosas especies de animales y plantas altamente especializadas y resistentes, la mayor parte de las cuales no se encuentran en ningún otro lugar.

A ello se suma el hecho de que las playas y la naturaleza que albergan brindan diversas e importantes contribuciones a las personas, como la protección frente al oleaje y la erosión costera, así como la producción de alimentos.

Banderas azules, banderas negras

Muchos de los animales que habitan las playas, al pasar buena parte de su vida enterrados en la arena o tener hábitos nocturnos, suelen pasar desapercibidos para los visitantes. Por esta razón, la biodiversidad no suele ser uno de los valores que los bañistas tienen en cuenta al elegir qué playa visitar.

En cambio, lo habitual es que seleccionen el arenal en función de criterios de funcionalidad como la cercanía, la accesibilidad, los servicios disponibles o la seguridad, y no por motivos medioambientales, con la posible excepción de la calidad del agua de baño.

Por ello, las banderas azules, un galardón otorgado por un consorcio de entidades privadas previa solicitud de las Administraciones públicas locales, resultan convenientes para muchos, ya que se centran en la evaluación de los servicios básicos y de la calidad del agua de baño, especialmente en lo que respecta a la contaminación fecal.

Desgraciadamente, la contaminación por aguas fecales, ya sea a causa de vertidos procedentes de depuradoras deficientes o de vertidos incontrolados, es un problema habitual en muchas zonas costeras de España, incluida Galicia. Esta situación afecta incluso a playas que ondean banderas azules, tal y como expone la ONG ambientalista Ecologistas en Acción en su informe Banderas negras 2025.

Sobrepesca y contaminación industrial

A pesar de su impacto evidente sobre las personas y los ecosistemas, la contaminación fecal no es el problema más grave que afecta a las playas del norte de España. Los ecosistemas litorales sufren una amplia variedad de amenazas que, en conjunto, comprometen seriamente su viabilidad ecológica y socioeconómica.

Entre estas amenazas destacan la sobrepesca y el furtivismo (también de bañistas), la destrucción de hábitats y la alteración de las corrientes costeras provocada por infraestructuras como puertos, embalses y diques, así como por actividades de extracción de arenas y dragados. A ello se suma un turismo creciente que presiona tanto los ecosistemas como los servicios básicos y es fuente de conflictos en muchas áreas costeras.

Una mención especial merece la contaminación industrial, que con frecuencia alcanza el mar a través de los ríos, una situación especialmente preocupante en Galicia. Un caso emblemático es el de la papelera de la multinacional española ENCE, que ha ocupado durante décadas el dominio público marítimo-terrestre en la ría de Pontevedra, vertiendo residuos industriales y contribuyendo tanto a la degradación de los ecosistemas costeros como al deterioro de la calidad de vida en la zona.

Además, esta empresa ha favorecido la expansión del monocultivo de eucalipto, una especie que empobrece la biodiversidad y altera el equilibrio hidrológico.

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A esta situación se suma una nueva amenaza: la posible instalación de una nueva planta de celulosa de la multinacional portuguesa ALTRI, que ha recibido recientemente una declaración de impacto ambiental favorable por parte de la Xunta de Galicia para ubicarse a orillas del río Ulla.

Mariscadora recogiendo moluscos en la ría de Arousa
Mariscadora en la ría de Arousa, la más productiva de Galicia. Pablo Pita, CC BY-SA

Este río desemboca en la ría de Arousa, la más productiva en términos de marisqueo. La planta vertería en ella millones de litros de aguas residuales al día, lo que podría agravar la crisis de productividad que el marisqueo en la ría ya viene sufriendo desde hace décadas como consecuencia de múltiples impactos humanos.

Esta crisis se ha visto intensificada por desembalses catastróficos de agua dulce y por los efectos del calentamiento del agua asociado al cambio climático.

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Los invisibles habitantes de las playas

Si bien una playa con bandera azul podría parecer una opción adecuada en entornos urbanos, esta distinción resulta claramente insuficiente para la inmensa mayoría de las playas. En realidad, normas como la ISO 14001 o el sistema europeo EMAS ofrecen estándares de calidad ambiental más completos y exigentes, y ya están siendo adoptados por algunas Administraciones locales comprometidas con la sostenibilidad.

Sin embargo, más allá de sellos y certificaciones, es fundamental reaprender a mirar las playas como lo que realmente son: lugares hermosos porque los compartimos con una multitud de seres vivos que, aunque a menudo pasen desapercibidos, están ahí, entregados a sus actividades cotidianas a nuestro alrededor.

Sepia bajo el agua sobre el fondo arena
Sepia común (Sepia officinalis) en el submareal arenoso de una playa. Pablo Pita, CC BY-SA

Las pulgas de mar que se refugian bajo los arribazones de algas, los gusanos que dejan sus pequeños fideos de arena enroscada sobre la superficie, los diminutos gobios que nadan en la misma orilla, una sepia que adhiere sus huevos en las hojas de una hierba marina o el vuelo de una gaviota recortándose sobre el azul del cielo son solo algunas de esas pequeñas maravillas.

Pez con la boca roja y cuerpo de tonos violetas en el fondo sobre las rocas
Gobio de boca roja (Gobius cruentatus), frecuente a poca profundidad en las costas gallegas. Pablo Pita, CC BY-SA

Tomar conciencia de la presencia de esa vida por momentos invisible es un primer paso esencial para transformar nuestra relación con las playas y contribuir a su protección como legado para las generaciones futuras. Al fin y al cabo, nuestros antepasados probablemente dieron sus primeros pasos vacilantes en una playa olvidada hace millones de años. Se lo debemos.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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Pablo Pita recibe fondos del Plan Estatal de Investigación Científica y Técnica y de Innovación del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, convocatoria Ramón y Cajal 2022 (RYC2022-035937-I), y de los Proxectos de Excelencia. Año 2024, de la Xunta de Galicia (ED431F 2024/09).