
A partir del 11 de agosto llegará el gran momento de Las Perseidas, el sueño popular de las estrellas fugaces. Nada mejor que una noche templada de verano, lejos de las luces de la ciudad, al amparo de la mayor oscuridad posible, para esperarlas. El paso de las horas, mientras llegan, hará que desfilen ante nosotros seres mitológicos en forma de constelaciones, que nuestros antepasados dibujaron entre las estrellas y les sirvieron como brújula, reloj y calendario.
Algunas apps ayudan a interpretar lo que vemos y nos permiten localizar objetos celestes desde el móvil de modo muy sencillo. Entre ellas Sky view para IOS/Android, Stellarium para IOS/Android (esta tiene una versión para ordenador y tablet completísima) y Google Sky Map para Android.
La espina dorsal del cielo
Con ayuda de una de estas aplicaciones o sin ella, destaca en estas noches estivales la espina dorsal del cielo, una banda de un resplandor suave, que se extiende desde el noreste hasta el sur-suroeste. Se trata de la Vía Láctea. Debe su nombre a un mito griego según el cual no es más que la leche derramada por la diosa Hera cuando apartó a Heracles mientras mamaba con fuerza de su pecho.

En realidad, la Vía Láctea es una agrupación de miles de millones de estrellas que conforman la galaxia en la que vivimos. Nosotros nos encontramos dentro del disco que contiene la mayoría de las estrellas y, cuando miramos en la dirección de este disco, lo vemos como una franja de brillo tenue generada por la combinación de la luz de innumerables estrellas, demasiado distantes como para ser detectadas individualmente a simple vista.
Esta banda es más brillante en el cielo de verano, cuando miramos hacia el centro de la galaxia, que se encuentra en la constelación de Sagitario, cerca del horizonte, en dirección sur-suroeste. Aquí arranca el segmento más brillante de la Vía Láctea, que se extiende hasta la constelación del Cisne, cerca del punto más alto del cielo.

Miles de soles, de Sagitario a Cisne
Sagitario y Cisne tienen estrellas brillantes y patrones estelares sorprendentes a simple vista, pero también albergan muchas maravillas adicionales.
No hay nada que nos pueda causar mayor satisfacción como observadores que recorrer lentamente el camino que va de Sagitario al Cisne con unos prismáticos. De hecho, ninguna constelación en ningún otro lugar del cielo puede igualar a estas dos en cuanto a cantidad de nebulosas y estrellas en el campo de visión de un pequeño instrumento óptico. Con su ayuda, descubriremos un asombroso panorama de miles de soles, adornado de nubes brillantes e increíbles enjambres y racimos de estrellas que seguro no nos dejarán indiferentes.

El triángulo del verano: Lira, Águila y Deneb

Entre Sagitario y el Cisne se sitúan las constelaciones de la Lira y el Águila, que reconoceremos gracias a sus estrellas principales, Vega y Altair.
Vega, en la Lira, es la quinta estrella más brillante del cielo. La encontraremos casi encima de nuestra cabeza en una orilla de la Vía Láctea. En la otra orilla, en el Águila, se encuentra Altair, la duodécima en cuanto a brillo de todas las estrellas y cuyo nombre asociamos a uno de los caballos de Ben Hur. Vega y Altair, junto a Deneb, la estrella principal del Cisne, forman lo que se denomina el triángulo de verano, un patrón de estrellas fácilmente reconocible que preside las noches estivales.
Casiopea, la esposa de un rey etíope

Siguiendo la Vía Láctea hacia el horizonte noreste, a poca altura a primera hora de la noche pero elevándose a medida que pasan las horas, se encuentra la constelación de Casiopea. Recibe su nombre de la esposa bella y vanidosa del rey etíope Cefeo, que reina junto a ella muy cerca del polo celeste, donde se encuentra la estrella polar.
No es ésta una estrella muy brillante, y para localizarla se usa la constelación más emblemática del hemisferio norte, la Osa Mayor. Suele verse como un carro formado por siete estrellas brillantes que nunca se oculta bajo el horizonte. Prolongando unas cinco veces la distancia que une las dos estrellas más alejadas de la vara del carro, se llega a la estrella polar, dentro de la Osa Menor, que tiene una configuración similar a la Osa Mayor, pero con estrellas más débiles.
A partir de la Osa Mayor, y siempre mediante alineaciones de estrellas, es posible recorrer el resto del cielo de verano. Así, prolongando el arco que forma la vara del carro, llegamos a Arcturus, una estrella de color anaranjado, la cuarta más brillante de todas, y usada en la antigüedad para las labores agrícolas. En la obra “Los trabajos y los días” de Hesíodo podemos leer:
Cuando Orión y Sirio lleguen al centro del cielo, y Aurora de dedos rosados vea a Arturo, ¡oh Perses!, entonces corta todos los racimos y llévalos a casa.
El reino de Arcturus

Arcturus está en la constelación del Boyero, que nos servirá de trampolín para ir a la Corona Boreal, Hércules y a la zodiacal Virgo, ya desapareciendo por el oeste.

Desde aquí, siguiendo hacia el este por el horizonte, nos encontraremos con Libra, con sus dos estrellas principales con los sugerentes nombres Zubenelgenubi y Zubeneschamali, literalmente las pinzas del escorpión. Antiguamente, estas dos estrellas formaban parte de la vecina Escorpio, donde destaca el brillo anaranjado de Antares, una supergigante roja, con un tamaño tan grande que, puesta en lugar del Sol, su borde exterior se extendería más allá de la órbita de Marte.
Continuando hacia el este, regresaríamos a Sagitario, donde hemos comenzado nuestro recorrido. Por el camino hemos dejado algunas constelaciones como el Dragón, el Delfín, Ofiuco y otras más, que con el tiempo podremos aprender a identificar.

Y, al fin, la llegada de Las Perseidas
Además de las constelaciones y las maravillas que se ocultan tras la Vía Láctea, las noches de agosto nos pueden brindar la oportunidad de ver una buena cantidad de estrellas fugaces, principalmente procedentes de la región entre Perseo y Casiopea. Son las Perseidas.
Aunque el máximo de actividad se alcanza entre el 12 y 13 de agosto, este año el brillo de la Luna nos impedirá disfrutar de su momento álgido. Sin embargo, las Perseidas seguirán activas hasta finales de agosto y, una vez la Luna mengüe lo suficiente, aún tendremos oportunidad de ver unas cuantas estrellas fugaces. Tantas más cuanto más alto se encuentre en el cielo Perseo, que alcanza su máxima altura alrededor de las 4 de la madrugada, no mucho antes de que comience el crepúsculo matutino en las latitudes medias del norte.
Y mientras observamos estas veloces estelas, podemos reflexionar sobre el hecho de que estos meteoros son restos del cometa Swift-Tutlle, probablemente el objeto más peligroso conocido por la humanidad.
Visto por última vez en su regreso de 1992, su trayectoria podría hacerlo chocar con la Tierra en el futuro. Los expertos aseguran que esto no sucederá en los próximos miles de años. Pero si su núcleo llegase a impactar, probablemente causaría una destrucción mayor que el cometa o asteroide que acabó con los dinosaurios y la mayoría de las especies, hace 65 millones de años.
Con la espera de las estrellas fugaces, la noche de observación se habrá alargado y el paso del tiempo hará que las constelaciones otoñales tomen protagonismo, entre ellas Andrómeda. Aquí se encuentra el objeto más distante visible a simple vista, la galaxia de Andrómeda, a más de dos millones de años luz de distancia. Su contemplación puede ser el mejor cierre para una noche de estrellas de verano.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
Lee mas:
- Guía para fotografiar las Perseidas (y cualquier otra estrella fugaz)
- Por qué estudiamos las Perseidas, las estrellas fugaces más famosas
- Perseidas, los meteoros que surcan el cielo en agosto
Víctor Lanchares Barrasa no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.