
Al escuchar la palabra ácido todos pensamos en alimentos como los cítricos o el vinagre (ácido acético) que generan en nuestro paladar sensación de acidez. Sin embargo, el concepto contrario, denominado basicidad o alcalinidad, no se asocia de forma tan directa ni fácil con una sensación en el paladar. Y, por lo tanto, resulta algo más desconocido.
Solo aquellos que están familiarizados con el mundo de la química relacionan este concepto con productos como la lejía (perclorato sódico) o el amoniaco. Sin olvidarnos del bicarbonato, que muchos utilizan para combatir el exceso de acidez tras una mala digestión.
Para comprender en qué consisten las sustancias ácidas y las básicas resulta imprescindible introducir el concepto de pH. Se trata de un índice o coeficiente que nos permite cuantificar cómo de ácida es una sustancia, sin ambigüedades del tipo “mucho”, “poco”, “bastante” o “apenas”. La escala numérica de pH va desde 0 hasta 14, de tal manera que valores inferiores a 7 son indicativos de acidez (y cuanto más bajos, mayor es la acidez), mientas que valores superiores a 7 están relacionados con la basicidad o alcalinidad (y de nuevo, cuanto mayor es el valor, mayor es la basicidad). El punto intermedio, 7, es considerado pH neutro.
En otros ámbitos de la vida más humanísticos, una situación neutral implica que existe un equilibrio. Pero ¿ocurre lo mismo con el pH? Lo cierto es que no. Un pH neutro no es necesariamente “ideal” en todas las circunstancias. Especialmente cuando nos referimos a nuestro organismo.
Un mosaico de pHs en nuestro cuerpo
El pH tiene mucha importancia en el ámbito de la salud. Nuestro cuerpo no tiene un único pH que represente a todos nuestros órganos, sino que cada uno de ellos tiene su pH óptimo, que no siempre es el neutro. Y no alterarlo ayuda a evitar patologías o anomalías.
Por ejemplo, el estómago tiene pH ácido debido a su alto nivel de ácido clorhídrico (HCl), imprescindible para poder digerir de forma adecuada los alimentos. Cuando este nivel se altera y muta a un pH alcalino, pueden crecer microorganismos causantes de infecciones bacterianas.
La saliva suele tener un pH alrededor de 6,5 a 7. Valores inferiores pueden ser indicativo de malas digestiones. Además, pHs alterados en la saliva pueden predisponer a padecer problemas bucales como gingivitis o caries. De ahí que las pastas dentífricas deban presentar un pH ligeramente ácido para inhibir el crecimiento de las bacterias responsables de placas y caries. Sin embargo, si el pH es excesivamente ácido, puede ocasionar daños en el esmalte.
El pH de la piel no es realmente neutro
En una persona sana, el pH de la orina puede oscilar entre 4,5 y 8. Valores más básicos podrían ser indicativo de una infección urinaria, y valores más ácidos pueden ser una consecuencia de padecer gota.
El pH de la piel ronda el 5,5, y por esta razón los productos de higiene suelen tener este pH. En las etiquetas de los geles es habitual encontrar el indicador pH neutro, pero hacen referencia al pH propio de la piel y no a pH 7. En cuanto a los champús, tienen un pH comprendido entre 4,5 y 6. De no ser así, podrían causar irritación o resecar el cuero cabelludo.
En cuanto a la sangre, mantiene el pH dentro de un intervalo muy estrecho (7,35 – 7,45). Por encima o debajo de estos valores se pueden dar situaciones incompatibles con la vida.
Definitivamente, hablando de pH y salud, el término neutro deja de ser sinónimo de equilibrio.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Laura Culleré Varea no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.