El genocidio de los pueblos ovaherero y nama de Namibia a manos de las fuerzas coloniales alemanas (1904-1907) está ampliamente documentado. Pero se habla mucho menos de lo que vino después: el genocidio de los bosquimanos del país, también conocidos como los san.

En 1992, el antropólogo Robert J. Gordon publicó un libro hablando del mito de los bosquimanos y la creación de una clase marginada en Namibia, recientemente reeditado.

La cuenca del Kalahari, en el sur de África, es una de las zonas etnográficas (áreas con culturas distintas) más ricas del mundo. La región alberga algunas de las lenguas más antiguas que aún existen y la diversidad genética que se encuentra en la zona indica que es el hogar de una de las poblaciones ancestrales originales del mundo.

La palabra “bosquimano” se utiliza como término genérico que engloba a más de 200 grupos étnicos. No existe un bosquimano típico, sino que constituyen una miscelánea de grupos fluidos. Muchas comunidades locales prefieren el término bosquimano en lugar de la categorización oficial de “san” y “marginales”. De hecho, el término “san”, proveniente de la lengua khoekhoegowab, significa lo mismo que bosquimano.

En general, se trata de personas sociables con una fuerte tendencia a compartir. Antes de la colonización, los bosquimanos vivían como cazadores-recolectores, vagando por el paisaje. Tenían un concepto diferente de la propiedad, no deseaban ni dinero ni ganado; eran incontrolables y, por ello, se les trataba como animales y se les sometía a la aniquilación.

Pánico a la ‘plaga de bosquimanos’

La actual Namibia fue una colonia alemana desde 1884 llamada África del Sudoeste alemana. Como resultado de la genocida guerra herero-nama de 1904-1907, Alemania consiguió fomentar la colonización.

El arco noreste del territorio, que se extiende desde Otavi hasta Gobabis, con Grootfontein como epicentro, sirvió de imán para los colonos: con una línea ferroviaria recién terminada, minas, un vasto potencial agrícola y tierras accesibles. Solo en Grootfontein, el número de granjas de colonos aumentó de 15 en 1903 a 175 en 1913. Casi todas estas ganaderías se encontraban en tierras ocupadas por los bosquimanos.

Los colonos pronto se vieron en apuros. En 1911, los titulares de la prensa namibia hablaban de una “plaga de los bosquimanos”. Dos elementos alimentaron el pánico. En primer lugar, el asesinato de un policía y varios granjeros blancos. En segundo lugar, se suponía que las actividades de los bosquimanos estaban obstaculizando el flujo de trabajadores migrantes contratados, muy necesarios, procedentes de las regiones de Owambo y Kavango para trabajar en los yacimientos de diamantes recién descubiertos de Luderitzbucht. La Cámara de Minas quería “sanear” la zona.

En consecuencia, el gobernador alemán ordenó que se disparara a los bosquimanos [si se creía que intentaban resistirse al arresto por parte de funcionarios o colonos]. Entre 1911 y 1913 se desplegaron más de 400 patrullas antibosquimanas que cubrían unos 60 000 km².

Pero los colonos y las autoridades consideraron que estas medidas eran insuficientes y continuaron aterrorizando a los bosquimanos sin recibir ni una simple reprimenda. Las “cacerías de bosquimanos” continuaron hasta la toma del territorio por Sudáfrica en 1915, cuando el país pasó a llamarse África del Sudoeste.

No sabemos cuántos bosquimanos murieron, pero, como explico en mi libro, las estimaciones oficiales sitúan el número de bosquimanos en 1913 entre 8 000 y 12 000. En 1923 eran 3 600. Esto da una idea de la magnitud de las matanzas.

Lo que alimentó el genocidio fue el espíritu colonizador. El ethos dominante era el de un asedio, de sentirse amenazados por fuerzas externas impredecibles. Los granjeros, atraídos por las generosas ayudas y subvenciones del Gobierno, eran en su mayoría soldados licenciados, mal entrenados en la agricultura, carentes de conocimientos locales esenciales y educados en la arrogancia racista. La situación generó inseguridad, miedo e hipermasculinidad.

Los bosquimanos, con su reputada habilidad para camuflarse y rastrear y cazar con flechas envenenadas para las que no se conocía antídoto, personificaban su peor pesadilla mientras intentaban establecer su dominio en sus granjas aisladas. Considerados una especie de presas depredadoras, los bosquimanos debían ser exterminados como grupo: es decir, un genocidio.

Lo que sucedió después del genocidio

La represión continuó bajo el régimen sudafricano desde 1915 hasta la independencia en 1990, aunque de forma menos extrema. Se ilegalizó la posesión de arcos y flechas bosquimanos. Los bosquimanos fueron despojados progresivamente de su territorio para dar paso a reservas de caza y granjas de colonos.

Aún en la década de 1970 la administración seguía pensando en reubicar a 30 000 bosquimanos en la denominada Bushmanland, creada artificialmente, que constituía el 2 % del territorio que habían ocupado anteriormente.

La gran mayoría permaneció en sus zonas tradicionales, ahora bajo el dominio de los granjeros colonos, donde se hundieron en una situación de servidumbre. Con la independencia de Namibia, la situación empeoró. Las nuevas leyes laborales establecieron un salario mínimo, lo que hizo que no fuera rentable mantener a los trabajadores bosquimanos. Muchos granjeros se dedicaron a la caza mayor o vendieron sus tierras a granjeros negros que preferían contratar a sus parientes.

El resultado fue que los bosquimanos se vieron obligados a trasladarse a zonas comunales o a asentamientos informales en los alrededores de las ciudades, donde malviven en condiciones precarias.

¿Dónde se encuentra esta población hoy en día?

Actualmente, los bosquimanos se encuentran en diferentes situaciones de servidumbre, realizando en su mayoría trabajos de baja cualificación en las regiones del norte y el noreste, donde antaño eran los habitantes ancestrales. El Gobierno está tratando de ayudarlos, principalmente con subsidios sociales y unas pocas granjas de reasentamiento superpobladas.

Si buscamos “bosquimanos namibios” en internet, aparecen innumerables imágenes idealizadas de bosquimanos con trajes tradicionales cazando y rastreando. Estas narrativas, en gran parte fruto de la promoción turística, refuerzan el mito de los bosquimanos “puros”. La historia del genocidio y la servidumbre queda totalmente borrada.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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Robert J. Gordon no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.