En el corazón de San Miguel sobrevive la voz de un idioma milenario, sostenida por un hombre que ya casi no tiene con quién hablarlo

SAN MIGUEL DE ALLENDE, Gto.- Sentado en una silla de madera, bajo la sombra de un tejabán, Vicente Ramírez acaricia su sombrero mientras busca en la memoria palabras que aprendió de niño.

Con voz pausada pronuncia: nänä (madre), dada (padre), jamädi (gracias), šíñṹ (nariz) y né (boca). Cada sílaba suena como un eco antiguo que lucha por no apagarse.

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A sus 87 años, Don Vicente es uno de los últimos hablantes nativos de otomí en San Miguel de Allende. Lo aprendió en su casa, escuchando a sus padres y abuelos.

“Antes todo era en otomí, hasta para regañarnos”, recuerda con una sonrisa breve. Ahora, sus conversaciones

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