Hay conexiones azarosas entre la vida de Joan Gamper y el momento actual del club. Gamper fue un caso de adaptación generosa y grandeza filantrópica con una interpretación del país en el que decidió vivir. Se catalanizó el nombre, aprendió la lengua con una naturalidad que ya querríamos para muchos expats y profesionales llegados de otros países y demostró una audacia asociativa que, con sus propios medios, contradecía el cliché de la tacañería indígena.
Nunca dejó de ser un devoto de los principios formativos del deporte y, con el mismo honor que demostró cuando la dictadura de Primo de Rivera actuó severamente contra el club, se marchó prematuramente de este mundo –solo tenía cincuenta y dos años– al sentirse deprimido, arruinado y, de un modo prototípicamente barcelonista, decepciona