




LA PAZ, Bolivia (AP) — Juan de Dios Castillo, con las manos aún cubiertas de harina, se apresura a sacar el pan del horno artesanal.
El horneado mantiene su característico crocante y aroma, y aunque tiene el mismo precio desde hace casi dos décadas, para muchos bolivianos ya no tiene la misma calidad y, sobre todo, ha perdido su tamaño.
“Pesa 60 gramos”, dice Castillo, un panadero de 58 años, que reconoce que está lejos de los 100 gramos que hasta hace unos años pesaba la “marraqueta” o el “pan de batalla”, como se le conoce a este emblemático panecillo boliviano que muchos consumen en esta nación andina.
Pero aunque al bolsillo le cueste lo mismo, al estómago no se le engaña.
“Es como comer un poco de aire, una hostia de comunión: ya no llena”, dice Rosario Manuelo Chura, de 40 años, mientras remoja un pedazo de pan en su café matutino en un mercado de La Paz, la sede de gobierno de Bolivia. “Igual es pan, así que la gente lo busca más que cualquier otra cosa”, añade de inmediato.
Castillo, el panadero, tampoco está satisfecho. Forzado por las autoridades a vender la marraqueta por debajo del precio del mercado, como parte de una política de subsidios a ciertos productos desde hace casi 20 años, y a depender de harina que obtiene de proveedores designados por el gobierno, tampoco es un buen negocio para él.
“Nos está perjudicando”, dice Castillo sobre las políticas oficiales.
Este “pan de batalla” es considerado el alimento básico de la gente más vulnerable. Y si los pronósticos de cara a las elecciones presidenciales del 17 de agosto se cumplen y el triunfo lo obtiene alguno de los punteros de derecha que han prometido eliminar los subsidios, el precio de la marraqueta podría comenzar a subir, en un movimiento que beneficiaría a los productores, pero no necesariamente a los millones de bolivianos que lo consumen.
Tanto el millonario empresario Samuel Doria Medina, como el neoliberal y expresidente Jorge “Tuto” Quiroga han propuesto eliminar subsidios, en particular a los combustibles, como una medida para empezar a enfrentar la peor crisis económica del país y que se ha traducido en el incremento de algunos precios y la caída de sus reservas internacionales.
Y es que aunque el “pan de batalla” cuesta lo mismo desde que el entonces presidente Evo Morales impuso un control de precios a ese producto en su primer gobierno, otras variedades de panes --no beneficiadas por los subsidios y que también consumen los bolivianos-- han visto incrementar su precio.
“Solo tendremos una ventana de oportunidad para detener la inflación cuando cambie el gobierno. Tenemos que aprovecharla con medidas precisas, bien pensadas y bien ejecutadas”, señaló recientemente Doria Medina en su cuenta de X en referencia a que el pan duplicó su precio en la región de Santa Cruz, la más poblada del país. “De lo contrario el pan seguirá subiendo”.
Para estas elecciones, Morales -el primer presidente indígena del país- no estará en las urnas tras prohibirle contender por una tercera reelección y el candidato de su partido Movimiento al Socialismo (MAS), Eduardo del Castillo, aparece en los últimos lugares de las preferencias electorales.
A la marraqueta se le comenzó a conocer también como “pan de batalla” después de la llamada Guerra del Chaco en 1930, en la que se enfrentaron Bolivia y Paraguay y durante la cual las tropas bolivianas fueron alimentadas con ese panecillo.
El acuerdo que los panaderos firmaron con el gobierno para vender el pan a un precio inferior al del mercado implica recibir harina e ingredientes subvencionados.
Sin embargo, ha habido varios momentos en los últimos meses en que las autoridades no les dan suficiente harina y no pueden producir el pan. Y las largas filas para conseguir el pan de batalla barato han aparecido en toda La Paz. A esas colas se suman otras de gente que también busca aceite, por ejemplo, y las de los conductores que esperan por horas en autos a que haya combustible.
Según los economistas entre las razones por las que los panaderos no reciben la harina subvencionada es la escasez de dólares para comprarla, debido a que el costo y la cantidad de harina importada ha aumentado. El año pasado la producción de trigo local tuvo una reducción por fenómenos climatológicos, y sólo se produjo entre el 20% y el 25% del trigo que se consume en el país; el resto se importó, sobre todo de Argentina.
Los continuos retrasos en el abastecimiento a las panaderías de harina subvencionada se ha vuelto en una batalla entre los panaderos y el gobierno para mantener el precio oficial.
Desde hace 17 años, la marraqueta o el “pan de batalla” cuesta 50 centavos de bolivianos (unos 7 centavos de dólar), que según los panaderos es apenas el 20% de su costo real.
El mes pasado, panaderos indignados organizaron una huelga de 24 horas exigiendo vender el pan a precio de mercado, aunque el gobierno se ha negado a modificar su política de control de precios del producto.
“Cuando suba el precio del pan de batalla, ese día todo se derrumba”, dice Jacobo Choque, un contador de 40 años, mientras esperaba para comprar pan con queso en una panadería sin subsidios. Al igual que él, los bolivianos con más ingresos están dispuestos a desembolsar 20 centavos más por panes más gruesos y con mejor sabor. En esa panadería de La Paz, la fila se extendía por más de una cuadra.
“Antes desayunábamos con un pan, pero ahora necesitamos dos para sentirnos llenos”, dice Carmen Muñoz, furiosa mientras hacía fila. “No olvidemos que el socialismo nos trajo aquí”, añade la mujer de 65 años.
Cuando los precios mundiales de las materias primas se dispararon en 2007, amenazando con disparar el precio del pan, Morales, el líder cocalero elegido el año anterior para el primero de sus tres mandatos, aprovechó los ingresos de las exportaciones de gas natural del país para financiar subsidios al pan y otros insumos esenciales como el azúcar y el aceite vegetal, y al combustible.
Pero, una década después, cuando la producción de gas se desplomó, el MAS recurrió a las reservas internacionales para sostener el gasto, un sistema considerado costoso: los subsidios a los alimentos y en su mayoría al combustible del año pasado representaron más del 4,2% del Producto Interno Bruto (PIB), según el último informe del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Con el gobierno luchando por pagar a los proveedores y mientas los camiones permanecen varados cerca de las gasolineras en espera de combustible, las entregas de harina subsidiada se han visto afectadas. Algunos panaderos han tenido que invertir más en ingredientes como el azúcar, pero tienen prohibido abastecerse de otra harina que no sea la subsidiada.
“En lugar de ayudarnos, los subsidios nos perjudican”, dice Castillo.
“En mis 30 años en este mercado, éste es el que más estrés me ha causado”, cuenta Raquel de Quino, una vendedora de pan de 60 años que ahora pasa las mañanas enfrentándose a clientes que hacen fila, indignados por la desabastecimiento y la escasez.
Un sábado reciente, le dijo a una mujer enojada que se quejara con el gobierno no con ella.
“Sólo soy la intermediaria”, dice De Quino, levantando las manos con exasperación. “Oremos a Dios para que con el próximo gobierno haya pan para nuestros hijos”.