
Con la llegada del verano, millones de personas se lanzan a descubrir el patrimonio cultural de sus ciudades o de los destinos turísticos que eligen para las vacaciones.
Visitar museos se ha convertido en una de las actividades más populares para quienes buscan combinar descanso y desconexión con enriquecimiento cultural. No es de extrañar, diferentes investigaciones han encontrado que la visita a museos tiene potencial para aumentar la calidad de vida, disminuir el riesgo de padecer problemas de salud mental, reducir la soledad y el aislamiento y aumentar las emociones positivas.
Sin embargo, muchos visitantes experimentan un fenómeno poco conocido pero bastante común: la fatiga museal.
¿Qué es la fatiga museal?
¿Alguna vez ha tenido que detenerse en mitad de su visita a un museo por un cansancio que parece excesivo para el recorrido que ha hecho? Tres pasillos y dos tramos de escalera después, y la cafetería del museo parece mucho más apetecible que las esculturas de la Grecia clásica.

La fatiga museal es precisamente eso, un tipo de cansancio físico y mental que ocurre durante la visita a museos. Fue descrita por primera vez por el conservador del Boston Museum of Fine Arts, Benjamin Ives Gilman, en 1916, en el que se considera el punto de partida de los estudios de visitantes de museos. En su investigación, Gilman observó que los visitantes comenzaban el recorrido con entusiasmo, pero al cabo de un tiempo perdían interés, se distraían con facilidad o simplemente pasaban por alto las obras sin prestarles atención.
Este fenómeno se debe a una combinación de factores: largas caminatas, posturas incómodas al observar obras en vitrinas o paredes, sobreestimulación visual y acumulación de información. Todo esto, sumado al calor del verano y la afluencia de turistas, puede hacer que la experiencia museística resulte más agotadora que placentera.
El museo como espacio de actividad física
Aunque no lo parezca, recorrer un museo puede suponer un esfuerzo físico considerable, dependiendo del estado o condición física de la persona. La visita a un museo de tamaño mediano puede implicar caminar entre 1,5 y 3 kilómetros.
Pero si su objetivo es ver en unas pocas horas todo lo expuesto en instituciones como el Museo del Louvre en París, el British Museum de Londres o el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, debería empezar ya a entrenar para una media maratón.
El problema no es solo la extensión del recorrido –al que se añaden escaleras, rampas, etc.–, sino también la manera en la que lo transitamos, con detenciones constantes, idas y venidas, y cambios de ritmo. Además, se está mucho tiempo de pie, se sube y se baja, y se realizan movimientos repetitivos como inclinarse, girar el cuello o mantener la vista enfocada durante períodos prolongados.
Y esto solo desde el punto de vista físico; la fatiga museal tiene también un componente mental. El exceso de elementos expuestos a los que prestar atención, de cartelas y textos de sala, la masificación que sufren algunas galerías, etc. influyen en la experiencia que tenemos de la visita y en muchas ocasiones suponen una sobreestimulación mental y sensitiva.
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Dejando esto a un lado, visitar un museo también puede verse como una forma ligera de actividad física beneficiosa para todos, pero especialmente para personas mayores o con movilidad reducida, siempre que se planifique bien y se eviten excesos.
Consejos para evitar la fatiga museal estas vacaciones:
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Planifique su visita: antes de iniciar la visita o incluso de acudir al museo, consulte el plano y seleccione las salas o exposiciones que más le interesan. Si al llegar al museo no sabe dónde ir, añadirá a la fatiga museal el cansancio que resulta de tener que tomar muchas decisiones en poco tiempo.
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Haga pausas frecuentes: aproveche los bancos o zonas de descanso para sentarse, hidratarse y asimilar lo que ha visto. Algunos museos incluso ofrecen recorridos cortos diseñados con descansos estratégicos.
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Elija el momento adecuado: si es posible, visite el museo temprano por la mañana, a mediodía o a última hora de la tarde, cuando hay menos gente y el ambiente es más tranquilo.
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Vista ropa cómoda: el calzado adecuado y la ropa ligera son esenciales para mantenerse cómodo durante toda la visita (especialmente para esa maratón que sabemos que está planeando).
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Alterne actividad y descanso: combine la visita a museos con actividades en el exterior o recreativas que impliquen movimiento más libre, como caminar por un parque o recorrer la ciudad en bicicleta.
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Menos es más: en vacaciones, el objetivo es disfrutar, no acumular. Es preferible una buena experiencia en un solo museo que muchas visitas apresuradas y agotadoras.
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No intente verlo todo: en la línea de la anterior recomendación, visitar un museo con la intención de ver todo lo expuesto es, en muchos casos, misión imposible. En lugar de prestar atención a todos los elementos, pruebe a pasear por el espacio y detenerse en lo que le llame la atención. Recuerde que no le dan un premio al que ha leído todas las cartelas y textos, ni tampoco al que ha visto todos los Picassos. La visita debería ser interesante y placentera para usted.
Un cambio de mirada
Los museos también están respondiendo a esta realidad. Cuando Gilman realizó su estudio en 1916, tomó fotografías a los visitantes en las que se notaba el esfuerzo que se veían obligados a hacer para examinar los objetos expuestos (arrodillarse, estirarse, ponerse de puntillas, etc.).

Hoy en día, los museos están mucho más centrados en el visitante y su experiencia. El diseño de los espacios de exposición, la museografía, tiene muy en cuenta la experiencia de quien acude a ellos. Prácticamente todos cuentan con zonas de descanso y asientos distribuidos estratégicamente y los objetos están expuestos de manera que su visualización sea cómoda. Pero, además, cada vez se diseñan más recorridos breves, aplicaciones móviles, guías, etc., para permitir que personalicemos la visita y la adaptemos a nuestras necesidades e intereses. Algunos incluso organizan actividades físicas dentro del museo, como yoga entre esculturas o visitas guiadas que combinan arte y movimiento. El visitante es cada vez más participante y menos receptor pasivo de lo que sucede en el museo.
En este contexto, el museo deja de ser solo un lugar de contemplación pasiva y se transforma en un espacio que promueve la salud física, mental y emocional y que, por ello, puede mejorar el bienestar de sus visitantes.
Entender lo que pasa
Visitar museos en vacaciones es una excelente manera de aprender, disfrutar y conectarse con la cultura. Pero también es importante hacerlo de forma consciente, cuidando el cuerpo y respetando nuestros ritmos.
Entender la fatiga museal como parte del proceso nos permite disfrutar más y mejor de estos espacios, integrando el movimiento y el descanso como aliados de la experiencia estética. Porque al final, un buen viaje, como una buena exposición, no se mide por lo mucho que se ve, sino por lo profundamente que se vive y se disfruta.
Y si al final decide hacer esa media maratón por el Louvre, al menos le hemos avisado… Empiece a entrenar ya y ¡suerte!
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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