En la panadería de Juan de Dios Castillo, en La Paz, el “pan de batalla” —el panecillo básico que durante años fue un símbolo de estabilidad— pesa hoy apenas 60 gramos. Hace dos años, pesaba 100. El precio, fijado por el Estado en 50 centavos bolivianos (equivalente a 6 céntimos de euro) desde hace 17 años, no ha cambiado, pero el tamaño y la calidad han caído por la escasez de harina y el encarecimiento de los insumos.
Hasta hace poco, cualquier panadería subvencionada por el Estado podía vender piezas de 100 gramos gracias a la distribución de harina a precio controlado. Pero la crisis de divisas, la dependencia de las importaciones y la inflación han golpeado al sistema. El país produce menos de una cuarta parte del trigo que consume, y el resto llega sobre todo de Argentina, donde la