Mientras su madre reposaba los trabajos del día dormitando recostada sobre su cama, la hija se acercó con un vaso de peltre lleno de cera caliente que había ella derretido sobre la estufa, y con saña infinita la vertió en el oído derecho de la mujer.
“¡Para que de veras te duelan, vieja floja!” —Le gritó, en tanto que la pobre madre sufría el dolor inaguantable y se levantaba y daba vueltas en la habitación, para acostarse de nuevo, y volverse a levantar, hasta que corrió hacia el pozo en el patio.
Sin embargo, aniquilada por la feroz invasión del líquido caliente en su cerebro, cayó la vieja y desplomó su cuerpo menudo sobre una piedra de cantera que habían labrado en hueco para dar de comer a los marranos.
Hasta allá la siguió la desalmada hija, sólo para recrearse en la agonía de la