La democracia española se parece mucho a la tierra que se deja secar y se llena de malas hierbas. Poca atención a conservarla limpia, múltiples fuegos aislados consentidos -políticos y mediáticos- e incapacidad de lograr la extinción una vez desatado el incendio. Que lo está y no dejan de echar gasolina encima.

Si muchos implicados acertaran a ver la similitud entre el fuego que arrasa nuestros campos y el que está abrasando la democracia quizás pudieran enderezarse ambos. Pero la sociedad actual, en grueso, se hace pocas preguntas y encima no atina demasiado en las respuestas. Añadamos la mezcla letal de ambición, inquina, bulo y trampa que ha tomado posesión de la derecha -no solo en España- y se explica el polvorín diario que padecemos, con visos de ir a mucho peor. Conviene resaltar este punto: va a peor y al galope.

El cambio climático es una realidad, no una cuestión opinable y ha traído consigo aumento de las temperaturas o impetuosos episodios de lluvia y viento. Negarlo solo sirve para darse de bruces en ellos con cara de no entenderlo. El calor desmesurado desata incendios y está haciendo mella en campos que no se han cuidado –si no hay réditos electorales–. Y, cuando estalla el fuego, se constata el error de no priorizar los medios para extinguirlo.

En esta España que arde por los cuatro costados literalmente estos días se palpan abultadas diferencias. Castilla y León destaca para mal en esa lista y así el fuego ha llegado incluso a Las Médulas, patrimonio de la Humanidad. En cambio, sufre Madrid un incendio en Tres Cantos y, con la mejor voluntad desde luego, recibe ayuda propia de la Comunidad y del Estado, hasta la UME. La ex militar y ex diputada Zaida Cantera recuerda que esta unidad del ejército está para casos muy precisos y que cada Comunidad debe contar con sus recursos. Pero Madrid goza siempre de excepcionalidad. A pesar de que el ayusato pretende ser como un reino independiente y su virreina se encuentra en Miami, donde tiene negocios su novio, el imputado con pasaporte: lo piden y se les da. Y encima insultando a la menor ocasión. Sí, calientan el ánimo estas desigualdades cuando, además, el PP y sus medios de propaganda no dejan de lanzar dardos como si bajaran impolutos del cielo volando con sus alas blancas. Un equipo perfectamente sincronizado para atacar al gobierno también por los incendios.

El fuego es un elemento perturbador, sin duda. Sobrecogen escenas como la de la víctima mortal de Tres Cantos. un hombre de 50 años que se dejó la vida en la Hípica para intentar salvar infructuosamente a decenas de caballos en los que nadie pensó. Devastador e incontrolable, sí. Pero España también arde en la descarada ofensiva de la ultraderecha. Van a saco y sin careta ya. Han sido los episodios racistas de Torre Pacheco y Jumilla, pero también las declaraciones que siempre encuentran micrófono y portada. Hay que estar muy seguro del objetivo para acusar a la muy conservadora cúpula de la Iglesia católica de estar amordazada –al hablar paradójicamente contra el racismo– por la pedofilia que usa en su contra el Gobierno. Hace falta ser tan sucio como Abascal para soltar eso. Y tan osado, porque a veces estos proyectiles tienen efecto boomerang. Ha sido de una bajeza inigualable desde cualquier ángulo que se mire.

La promoción más contundente la recibe de los medios de derecha –de ultraderecha, digamos ya– que apuntan a un gran aumento de los votos a Vox desde que ha abierto el melón de la islamofobia, según encuestas hechas probablemente en el despacho de la dirección. La rendición del PP a cuanto exige Vox da fuerza a los ultras y no ayuda a los populares, aunque crean lo contrario.

Pero algo hay, mucho. Destacaban este lunes en El País varios artículos hablando del trasvase de votos a la ultraderecha. “Abascal gana fuerza entre obreros y parados y se acerca al umbral de Le Pen”. Y en este caso basado en la intención de voto expresada en el CIS: Vox la lidera ya entre los desempleados, la mitad de los grupos de asalariados más humildes y los que se consideran pobres.

La democracia española se parece mucho a la tierra que se deja secar y se llena de malas hierbas, hasta restos vivos de la sanguinaria dictadura franquista tiene. Poca atención a conservarla limpia, múltiples fuegos aislados consentidos –políticos y mediáticos– y al parecer incapacidad de lograr la extinción una vez desatado el incendio. Que lo está y no dejan de echar gasolina encima. Unos y otros. A diario publicando el falso hundimiento de España que, para como están otros países, va como un bólido. Y ese machaque continuo del PP dedicado exclusivamente a regar a la sociedad con sus bilis.

Destaca, en los medios de la derecha, el servilismo al amo estadounidense que se expresa a diario. No han invitado a Sánchez a una reunión convocada por Trump. Oh, desdoro. Pues qué bien, ¿verdad? Y para más dolor de ABC, “Estados Unidos expulsa a Algeciras del plan de rutas estratégicas de contenedores”. Mejor, incluso. Ahora bien, abriendo portada, este martes con lo que está cayendo.

Es que el presidente naranja de EEUU castiga a países con sus aranceles según le da la ventolera, no tolera discrepancias a su mandato autócrata. De ahí que a Brasil le haya clavado un 50% para impedir el juicio a su correligionario Bolsonaro por un intento fallido de golpe de Estado que es una injerencia superlativa y de un signo muy tenebroso. Y, además, se dispone a celebrar una cumbre con Putin para que ambos –con los líderes europeos de comparsas– le den el descabello a Zelenski y a Ucrania.

Porque el verdadero problema, el germen infeccioso de la sociedad mundial en este momento, es precisamente Donald Trump y su delirante gobierno. Tanto como él. Atentos a lo que empezó a esbozarse en el comienzo de esta semana: Trump ha desplegado la Guardia Nacional en Washington y ha puesto a la Policía local bajo control federal y al FBI a patrullar de noche las calles. Habla de una violencia en la capital que contradicen los datos reales. Y quiere echar a los sin techo. Es como el inicio del Cuento de la criada, y un clásico del golpismo fascista. El que bajo la farsa de un inexistente ataque toma todo el control. A este ser, a Trump, se le rinde pleitesía mundial. En su gobierno, el jefe del Pentágono ya anda cuestionándose… ¡el derecho al voto de las mujeres! Margaret Atwood fue una visionaria con su libro.

Y ahora volvemos aquí. A los que se sienten abandonados y se echan en brazos de la ultraderecha. Espero que sus luces les lleguen lo suficiente como para ver a qué han conducido gente como ellos a Estados Unidos. Los bestiales recortes a la sanidad, a la investigación, a los servicios de los que tardarán mucho en recuperarse desaparecido Trump. Los suculentos recortes en impuestos a los ricos a quienes va el fruto de los recortes generales. Aquí y en todas partes es igual. Votar fascista no implica solo el despiadado machaque ideológico: recorta y crea desigualdad. Ya está bien de culpabilizar a la izquierda, incluso, de las decisiones equivocadas de esas personas incapaces de ver adónde van y adónde conducen a la sociedad con su ofuscamiento, con su prestar oídos a disparates. Son responsables.

Tanta comprensión, tanta, ¿cómo dicen?, pedagogía. Es lo que también nos ha traído hasta aquí. Con los incendios se ve mejor. Cambio climático que existe aunque no “creen” en él, suciedad sin limpiar, una mugre de décadas incluso; medios dedicados a la propaganda y no a señalar las carencias reales, y ¡zas! Fuego. Y desigualdad. Y gritos puercos de los políticos aprovechados, cómodamente resguardados allí donde no llega el dolor. Y que si la democracia se mantiene, como puede, es por la gente que sin ruido trabaja seriamente por ella. Y cada vez cuesta más.