Este verano, en vez del venerable monstruo del lago Ness o el turista inglés asombrando a Mallorca con el balconing , la fauna estacional la forman dos reptiles judiciales que se arrastran entre tribunales y sumarios con la elegancia letal de las serpientes: silenciosas, insidiosas y, cómo no, venenosas. Las protagonizan dos jueces –Puente y Rus– dos casos –Cerdán y Montoro–, y un sistema judicial que parece más interesado en entretener a la audiencia que en hacer justicia.
Confieso que mi fe en la justicia –una señora, creo que griega– no está en su mejor momento. Será la edad, o haber visto demasiadas veces cómo el derecho se convierte en un elegante disfraz para la arbitrariedad. Sobre todo, en casos sonados. La historia nos ofrece ejemplos de sobra.
Nunca coincidieron juristas tan