En tiempos como los que vivimos, es evidente que en la presidencia de varios países se encuentran personas que cargan, por distintas razones, con un profundo resentimiento social. Esta condición, lejos de ser un asunto personal, tiene consecuencias peligrosas para quienes están bajo su gobierno.

El resentido es incapaz de liberarse de ofensas, injusticias o derrotas —reales o imaginadas— y utiliza el poder como un instrumento para cobrarse agravios. No gobierna desde la razón ni desde la búsqueda del bien común, sino desde la herida que lo consume. En su visión del mundo, siempre hay un enemigo al que destruir, y las instituciones se convierten en herramientas de castigo.

Este tipo de líderes rechaza cualquier proceso de diálogo o negociación, pues lo interpreta como un signo de debilida

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