Bajo un cielo gris, sonido de trompetas, flores, trajes negros y un dolor que se extendía por toda la plaza y fue ingresando a la Catedral Primada de Bogotá llegó el día que durante dos meses pareció lejano, esa despedida que se postergó y de la que se mantenía la esperanza que no llegara.

Alejandro, hijo de Miguel Uribe , de la forma como lo suelen hacer los niños, quienes conservan la inocencia o no les interesa el dolor, dejó flores sobre el ataúd que su padre. Lo hizo en la catedral y repitió el gesto en el Cementerio Central. Sus hijas, con quienes no compartía sangre pero que las vio crecer, lloraron su partida y su padre, otra vez, después de 35 años, retrocedió lo que vivió con su hijo ahora lo vivió con su nieto.

“Dolor de patria, porque perdemos en Miguel a un político excepc

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