En la provincia de Neuquén, el nuevo diseño curricular se presentó como una herramienta de modernización e inclusión. La promesa era clara: una escuela más equitativa, capaz de reconocer la diversidad y de formar estudiantes críticos y competentes para los desafíos contemporáneos. Sin embargo, a tres años de su implementación, el balance que emerge de las entrevistas con docentes y la observación de su aplicación revela una paradoja inquietante: aquello que debía abrir oportunidades ha terminado, en muchos casos, profundizando desigualdades y exponiendo a los docentes a un escenario de mayor fragilidad profesional.
No se trata de un error de intenciones. El diseño, leído en abstracto, propone ejes valiosos: enfoque por competencias, integración de saberes, evaluación formativa, atención