Desde que el Hombre cambió la libertad nómada por la esclavitud agrícola, al establecerse en un solo territorio preso de sus cultivos, los animales le hicieron compañía. Primero como proveedores de alimento, después como portadores de enfermedades aún desconocidas por el Hombre del Neolítico y vulnerables a ellas. A las cabras, ovejas, vacas, caballos, asnos, jabalí, gallinas, se le sumaron lobos ya domesticados —canis—, y al final el gato. La relación con los animales (el que tiene anima, alma, soplo vital) devino emocional en lo cotidiano, y divinos en algunas culturas: gatos, escarabajos, cocodrilos, o halcones en Egipto; cóndores y pumas en Perú, vacas en la India, lobos en Roma, serpientes y colibríes en Tenochtitlán: Quetzalcóatl y Huitzilopochtli respectivamente.
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