Mediodía de agosto a las puertas del Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC). A un lado, el infierno: termómetros por las nubes, ánimos por los suelos. Al otro, refugio climático y trinchera política: las salas de arte románico como escudo para protegerse de unas temperaturas enloquecidas y un puñado de vitrinas vacías como recordatorio de que el 'caso Sijena' no descansa ni por vacaciones. Al contrario. Días después de que los técnicos enviados por el gobierno de Aragón para comprobar 'in situ' el estado de las pinturas volviesen a casa convencidos de que el traslado es técnicamente viable, su estela aún es visible.

Han desaparecido los andamios y los equipos de medición, sí, pero la sala 16 del museo barcelonés, ahí donde se exponen las pinturas murales de la sala capitular del

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