En Madrid o en Málaga, agosto no sería agosto sin la Virgen de la Paloma. Y la Virgen de la Paloma no sería lo mismo sin su zarzuela más castiza: La verbena de la Paloma con música de Tomás Bretón, y libreto de Ricardo de la Vega. Ahí, entre farolillos, chotis y mantones, surge la figura inmortal de Don Hilarión, boticario entrado en años, bigote recortado y galante de manual, que se enreda en amoríos con Susana y Casta mientras repite su inolvidable “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”.

Pero, querido lector, si Don Hilarión levantara la cabeza, es probable que no reconociera ni la farmacia… ni a sus colegas. Porque la botica de entonces era un lugar perfumado con efluvios de mentol, azufre y jarabes caseros; un templo donde el farmacéutico, con su bata impoluta y su saber d

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