El estruendo del mercado de Quiapo, en el corazón de Manila, es una sinfonía de caos y comercio. Entre montañas de mangos y el olor del pescado seco, una vendedora grita su oferta a un cliente que duda. “Suki, bente pesos na lang. Mura na ‘yan”. Cliente, solo veinte pesos. es barato. El comprador saca su cartera y paga la pera.

A unos metros, dos hombres descargan cajas de un camión. Uno le advierte al otro: “Cuidado, delikado ‘yan”. Ten cuidado, eso es peligroso. En menos de treinta segundos, en una escena puramente filipina, se han deslizado sin esfuerzo cuatro palabras de inequívoco origen español: veinte, barato, perra (dinero) y peligroso.

Este no es un fenómeno aislado ni una anécdota para turistas. Es la evidencia audible y abrumadora de una historia que se niega a ser borrada. El

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