En la Ciudad de México existe una forma de arte que no se enseña en la ENAP ni en CENTRO, pero que todos dominamos con maestría: el esquive coreográfico, milimétrico y de último momento del bache. En esta metrópolis, esquivar hoyos no solo es una habilidad vial, sino un ejercicio filosófico: uno aprende a evadir la tragedia sin dejar de avanzar, aunque sea a dos kilómetros por hora.

Los baches de la capital no son simples fallas en el asfalto. Son monumentos cívicos a la desidia. Son recordatorios de que aquí se pavimenta no para durar, sino para volver a pavimentar. Eso sí, con presupuesto de mármol y acabados de cartón mojado.

El modus operandi es simple y sofisticado: se contrata a la empresa del cuñado del compadre del exsecretario (todos con doctorado en simulación de licitación), s

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