El magnicidio de Miguel Uribe Turbay, además de la enorme estela de dolor e indignación dejada esta semana en el alma nacional, entraña un punto de inflexión en el devenir político del país.
Bajo esa perspectiva sería insuficiente, hacia el futuro, con solo aceptar y proclamar el carácter de leyenda que el joven senador y precandidato presidencial adquirió una vez se dio a conocer, la madrugada de este lunes, que finalmente se había cumplido el nefando cometido de su asesinato.
En efecto, fue en esas trágicas circunstancias que Miguel Uribe entró a ocupar un lugar en el absurdo panteón de la democracia colombiana. Por lo que declarar su condición de mártir, como hicimos en estas páginas editoriales al intentar dilucidar la infausta y aun fresca noticia de su fallecimiento, fue apenas un