Las piedras ennegrecidas guardan el calor reciente como si aún respiraran brasas. Las alpacas de paja, convertidas en figuras inmóviles y carbonizadas, parecen testigos mudos de la furia.
El suelo, cubierto de ceniza, cruje bajo los pasos y tiñe de gris la memoria.
Entre la devastación, todavía se levanta un hilo de humo, un foco pequeño que recuerda que el fuego no se apaga de golpe: se resiste, como una cicatriz ardiente en la piel de la tierra.
Este escenario que encontramos al paso por El Gróo, un paraje de Villar de Peralonso, por el que pasó el fuego que tuvo su origen a Cipérez rumbo al embalse de La Almendra, habla de fragilidad, pero también de resistencia .
Bomberos de Lumbrales por la zona
Llama la atención el silencio aunque incluso en medio del gris,