
La reunión entre Donald Trump y Vladímir Putin en Alaska es otro episodio que demuestra el retorno de la vieja política, la del interés nacional y la de los acuerdos entre los poderosos. Sucede que los occidentales, las élites europeas sobre todo, no estamos preparados para aceptar que hemos despertado del sueño del «orden internacional basado en reglas». Como los niños a los que se les dice que los Reyes Magos son los padres y durante unos días se niegan a aceptarlo.
Es un tópico, con mucho de cierto, que las películas de Disney tienen parte de la responsabilidad en el triunfo del sentimentalismo entre la población de los países occidentales y de la creencia de que los animales son casi como personas. Otro tanto podemos decir de las películas sobre la Segunda Guerra Mundial, en concreto las filmadas en este siglo. La conclusión que ofrecen es que el enemigo consiste en un genocida al que hay que derrotar sin pararse en sacrificios.
También los políticos han hecho mucho por inculcar este dilema de tebeo de superhéroes en la población. Hitler se ha encarnado en Nasser, en Gadafi, en Castro, en Sadam Hussein… Los comunistas y sus compañeros de viaje, por su parte, sostuvieron que Hitler estaba vivo y luego han llamado, y lo siguen haciendo, nazi a todo político que se les oponía, desde Franco a Reagan, y al judío Volodímir Zelenski. Y si con Hitler o con su clon no se puede negociar, ¿cuál es la alternativa?, ¿la aniquilación del malvado y del pueblo que lo apoya o una guerra interminable?
Otro absurdo es la quimera de que las guerras concluyen con el jefe de los vencidos pegándose un tiro y los generales del ejército derrotado rindiéndose. A diferencia de las dos guerras mundiales y algunas pocas más, como las napoleónicas o la segunda invasión de Irak, las guerras terminan con un acuerdo entre los bandos, tácito o expreso, o una derrota disimulada, como las vividas por las superpotencias en Vietnam Sur y Afganistán. A las dos Coreas las separa desde hace ochenta años una frontera minada.
El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguei Lavrov, acudió ataviado con una camiseta con las siglas CCCP (URSS) y Trump hizo que un bombardero B-2, de los que atacaron las instalaciones nucleares de Irán (con unos efectos aún desconocidos), sobrevolara la base aérea en el momento en el que saludó a Putin. No dejan de ser e scenas para que los mortales nos entretengamos, mientras los dioses discuten nuestro futuro. Hasta los elogios que Trump dice que Putin le dedicó son parte de la representación. Lo importante es lo que los dos jefes de Estado hablaron solos, sin intérpretes, en inglés, intimidad que no había ocurrido desde una reunión en Ginebra entre Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov, hace cuarenta años, encuentro en el que enició el fin de la Guerra Fría.
Y lo que ha salido de Anchorage es que ambos quieren la paz. Del precio ya nos enteraremos. En 1962 Kennedy consiguió que Kruschev retirase sus misiles balísticos de Cuba a cambio de un acuerdo secreto en el que se comprometía a retirar a su vez los misiles Júpiter instalados en Turquía y a no invadir la isla.
De entre las palabras pronunciadas por Trump y Putin en su comparecencia ante la prensa (sin admitir preguntas), yo destaco unas del ruso, dirigidas tanto a Kiev como a los europeos: “Esperamos que Kiev y las capitales europeas lo perciban constructivamente y no obstaculicen el proceso. No intentarán usar negociaciones secretas para provocar y torpedear el progreso incipiente”.
Quizás el principal destinatario de esta advertencia sea Inglaterra. En los últimos años, los Gobiernos de Londres, tanto conservadores como socialistas, han destacado por su belicismo y su respaldo a Kiev. En enero, el primer ministro Keir Starmer firmó con Zeleski una tratado de seguridad ¡por cien años! Las eternas alianzas británicas duran mucho menos. Por cierto, aún no sabemos quiénes volaron el gasoducto NordStream-2, que iba a llevar gas natural ruso a Alemania.
Y el bando de los preocupados no está completo sin los chinos. A Pekín le inquieta que, después de la paz en Ucrania, empiece el proceso que le lleve a un enfrentamiento con EEUU.
El lunes próximo, Zelenski viajará a Washington a recibir los consejos de quien, a fin de cuentas, mantiene a su ejército operativo, con armamento e información de todo tipo. Y éste puede ser el momento en el que Rusia gane la guerra y detenga la sangría, si se quiebra la moral de resistencia de los ucranianos.
¿Es injusto que Ucrania, cuya población está muriendo por defender su independencia, no haya sido invitado a Alaska? Pues sí. Pero recordemos que la Monarquía española fue excluida por la francesa, aliada suya, de las negociaciones para poner fin a las guerras de sucesión española y de independencia de EEUU.
La política internacional, y más si se desarrolla entre el puñado de potencias imperiales, es un juego despiadado. Y los verdaderos canallas son los gobernantes de los países medianos que aceptan participar en él para enriquecerse o asentar su poder.