El presidente Javier Milei anunció hace unos días que renuncia al hábito de insultar a periodistas y a rivales ideológicos que, como todos sabemos, fueron víctimas de insultos y de descalificaciones soeces.

En buena hora. Reparar errores es un buen punto de partida para que el diálogo político, cimiento del sistema democrático, sirva para preservar la paz y la concordia.

Pero omitió renunciar a otro hábito, tanto o más dañino que el de injuriar con expresiones guarangas: el hábito de adoctrinar a sus partidarios declarando que “no se odia suficientemente al periodismo”, en alusión a quienes critican su desempeño en diarios, canales de TV, emisoras radiales y demás medios masivos de comunicación.

Forma parte de nuestra historia –de la remota y de la más próxima– el enfrentamiento entre s

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