“Perdí demasiado tiempo” me dijo con nostalgia una persona que quiero mucho. Pronunció esa frase como un suspiro, casi como una confesión de quien siente demasiada culpa. Me lancé a su rescate con una soga de cuestionamientos a su injusta revelación.
¿Por qué seguimos midiendo nuestra vida bajo parámetros engañosos? ¿No hemos tenido experiencias extraordinarias de reencuentros en las que pareciera que el tiempo nunca pasó? ¿No crecimos en tres semanas lo que jamás maduramos en décadas? ¿No nos ha pasado la vida en un instante? ¿No pegamos la vuelta de muchos comportamientos adultos y recuperamos el juego y el asombro de una edad que no nos corresponde? ¿Quién de nosotros se siente tal como sus años lo indican?
La ilusión de orden y la posibilidad de control, solo nos llevan a un permane