Cuando miles de residentes salieron a las calles de Ciudad de México en julio coreando “¡Gringo, vete a casa!”, los titulares de las noticias no tardaron en culpar a los nómadas digitales y expatriados. La historia parecía simple: teletrabajadores expertos en tecnología se mudan, los alquileres suben y los locales se ven desalojados por los precios, un fenómeno que se ganó el nombre de gentrificación.

Pero esa no es la historia completa. Si bien la migración digital aceleró innegablemente la presión sobre la vivienda en Latinoamérica, las fuerzas que impulsan el resentimiento hacia la gentrificación son mucho más profundas. Las recientes protestas son síntomas de varios problemas estructurales que desde hace tiempo determinaron la desigualdad en las ciudades de la región.

Mucho antes de

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