Señor Director:
Estaba en un día normal de consulta psicológica, atendiendo a un paciente venezolano que me contaba, con un nudo en la garganta, cómo sus padres estaban envejeciendo lejos, en su país de origen, y él sólo podía acompañarlos desde el otro lado de una pantalla. Él, aquí en Santiago, viendo por videollamada cómo su papá se encorva un poco más cada mes, cómo su mamá se demora un poco más en encontrar las palabras. Sin poder estar ahí para llevarlos al médico, para ayudarles con la compra, para sostenerles con su compañía.
Otro paciente me dijo que volvió a Venezuela después de más de diez años. Al llegar, el país lo recibió como un espejo roto: las calles donde jugó fútbol estaban llenas de basura, su colegio hecho ruina, los colores del barrio deslavados. Y lo más doloroso n