Hace poco entendí por qué una relación —de negocios y amistad— ya no me hacía bien: yo mismo me había condenado con acuerdos y promesas que, en su momento, acepté.
La salida también estaba en mí: cambiar los acuerdos. Y sí, eso tiene costos y consecuencias. Pero más caro es vivir atrapado en una situación que ya no te representa.
Aprender a renegociar o terminar acuerdos es uno de los activos más valiosos que he construido. Me tomó años. Hoy, a mis 43, sigue siendo difícil y costoso, pero es parte de poner límites. No estamos destinados a una cadena perpetua; estamos llamados a aprender.
Muchas veces somos nosotros quienes nos encerramos: patrones, heridas, miedos. Un ejemplo: dejar de prometer. En mi vida lastimé a personas con promesas imposibles, hechas desde la búsqueda de aceptació