El independentismo se desespera ante lo que califica de "emergencia lingüística". Una heladería en Gràcia es el penúltimo escenario de un clásico del catalanismo, las complejas relaciones del ciudadano catalanohablante concienciado con el abrupto mundo de la hostelería.
Ya saben, el drama de que no esté la carta en catalán, la tragedia del camarero que no sabe lo que es un "tallat", el bochorno de la dependienta que pide que se le hable en castellano y ahora esto, una heladería de moda en la que supuestamente no se respeta la lengua de Pompeu .
Hasta el expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont aludió al caso en su discurso en la Universitat Catalana d'Estiu. Y lejos de pedir a sus seguidores que dejen de instar al boicot y de señalar comercios, nuestro hombre en Waterloo animó