En tiempos de crisis política, el recurso a los clásicos es urgencia ética. La política mexicana, tan desgastada por la corrupción y la desmesura, debería encontrar en ciertos principios atemporales un horizonte de orientación.

Horacio, en el libro II de sus Odas, aconsejaba la aurea mediocritas, la dorada medianía: “Quien gusta del dorado medio, está libre de la mugre de un vetusto tugurio y sobrio de un palacio que provoca la envidia” (Carmina, II, 10).

Esa lección de equilibrio y moderación se revela hoy no como una exhortación estética, sino como un recordatorio de que el poder sin límites se descompone, y que el lujo excesivo erosiona las bases mismas de la república.

En México, esa idea encontró un eco profundo en el pensamiento y la vida de Benito Juárez.

No se trataba para él d

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