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La única calle pavimentada de la isla amazónica conecta el puerto y la vieja plaza de armas con una precaria estación policial. A sus lados se suceden casas de un piso, de madera y techos de zinc, levantadas sobre pilotes para evitar que se llenen de agua durante las inundaciones que se producen de marzo a mayo.
Santa Rosa -llamada así por una santa católica peruana del siglo XVI- no tiene desagües ni agua potable para sus 3.000 habitantes. Sólo la mitad de las viviendas tiene una tubería de plástico por donde llega agua, por lo que todos juntan la lluvia y la almacenan. Para disminuir su impureza, algunos pasan el líquido por una tela blanca que luego hierven en sus cocinas, la mayoría de leña.
“Nuestra isla sufre de muchas necesidades”, dijo limpiándose el sudor de la frente Ma