El rescate financiero de Pemex no es, como lo pintan en Palacio Nacional, una estrategia económica. Es un capricho ideológico con factura al erario. Un disfraz que pretende verse como política energética, pero que en realidad es una transferencia directa del bolsillo de los contribuyentes a una empresa que se niega a cambiar.

Cada apoyo que Hacienda anuncia con bombo y platillo se traduce en lo mismo: dinero público que se desvía de hospitales, escuelas o carreteras para caer en un pozo sin fondo llamado Pemex. No hay otra manera de decirlo. No se está rescatando a una empresa estratégica; se está subsidiando la ineficiencia, premiando la falta de disciplina financiera y castigando a quienes sí pagan impuestos.

Pemex no es hoy la joya de la corona, es la cadena que arrastra al país. La e

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