El humo sigue dejando tras de sí un inmenso reguero de cicatrices negras. Montañas que humean, valles que se transforman en páramos desiertos, pueblos que enmudecen por el miedo y por la pérdida. Pero cada vez menos, como si el tiempo y la esperanza comenzasen a ofrecer en Galicia una tregua necesaria.

No en vano, este agosto quedará grabado como aquel en el que el fuego arrasó Orense y extendió su sombra al resto de la comunidad . Pero en plena ola de incendios, tras un miércoles en el que el cielo no ha traído lluvia pero sí un leve respiro de temperaturas, Galicia contempla por primera vez un signo de esperanza: la superficie arrasada no ha crecido respecto al martes y los grandes incendios parecen, por ahora, contenidos.

Según el parte de la Consejería de Medio Rural, permanecen

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