A se le movieron los avíos, es decir, el capote, cuando intentaba parar al tercero de la tarde como si al viento lo cargara el diablo. Y así es cuando el aire entra en juego en la ecuación de una plaza de toros. Y entonces el intento de verónicas se convirtió en un remolino en el que se veía toro por todos lados y el toreo, misión imposible. Era el tercero y la tarde ya estaba así. Terrible. Condenatorio, pero la magia de este ritual sagrado a veces es capaz de desbordarnos. De ahí la imprecisión de tod o. Lo bonito de lo imprevisible. Tuvo mucha torería el comienzo de faena de Ortega, pero cuando Juan se puso a torear el toro estaba con todo. Y con nada. Tan pendiente del torero como de un papel que volaba por el ruedo protagonista total . El animal tenía una cosa complicada y es

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