Alberto Durán no es capaz de recordar el número de celular de su esposa. Para identificarlo, acude a los contactos de un viejo Nokia , de esos que llaman “rompemuros”, y el cual compró hace 20 años por $19 mil.
No obstante, su memoria es tan generosa que puede recitar, sin titubeos, poemas de su autoría que duran alrededor de un minuto. Versos largos, hilados con una cadencia que le es inherente.
Esa es la paradoja diaria que habita este bogotano de 62 años, hombre afable, delgado, prieto, de rostro sereno, voz grave y manos agrietadas por los años que suma trabajando como fabricante y reparador de mallas para la pesca y el deporte.
Pero Alberto, además de ser artesano, en los últimos años, ha decidido sumar a su hoja de vida un título inesperado: el de poeta.
Nació en Bogotá,