Decía Julio Camba que la guerra nos da clases de geografía a medida que la va destruyendo. He pensado en la irónica cita mientras las llamas indomables iban devorando pueblos, comarcas y pedanías. Todo lo que va desde la frontera cacereña hacia el noroeste español, sin olvido de los paisajes calcinados al sur del sur de los vientos en Tarifa o por Tres Cantos en Madrid, donde la famosa foto con vacas a la sombra de una encina verde rodeada de pasto quemado.
Son los topónimos que arden. Lugares y lugarejos cuyos nombres preservan un sonoro retumbo de autenticidad y olvido. Caer en estas cosas peregrinas debe obedecer al ocio malsano de quienes ahora debemos sentir vergüenza por ser urbanitas, ajenos a la égloga que desde hace tiempo recorre la España lenta y terruñera. Resultaría provocado