Estamos llenas. No de certezas, sino de ruido. De opiniones empaquetadas. De titulares masticados por otros. Henchidos de notificaciones, desbordados de titulares, inflamados por la indignación exprés que nos sirven los algoritmos en bandeja brillante. No es hambre de saber lo que nos aqueja: es un empacho de datos. Es obesidad intelectual.
Lo advirtió Petrarca: “Nuestras mentes se dañan más por comer en exceso que por el hambre”. Y aquí estamos, devorando contenidos sin preguntarnos si nos nutren o nos nublan. Como cuerpos sedentarios frente al azúcar industrial, nuestras conciencias son hoy víctimas de una infoalimentación tóxica: exceso de calorías cognitivas, déficit de comprensión. Saciadas, pero vacías. No se trata solo de consumir menos datos. Se trata de formarnos colectivamente p