“¡Toñito, estoy en total desacuerdo que hayas demolido la iglesia de san Pablo para construir tu fastuoso teatro!”. Especulamos que así fue el tono del apelo de doña Ana Teresa Ibarra Urbaneja, con el brío de su aquilatado linaje mantuano, al reprender a su esposo Antonio Guzmán Blanco. El oratorio de una sola nave erigido a fines del siglo XVI dedicado al santo ermitaño, que cobijaron imágenes sacras como la talla del Nazareno y la Virgen de Copacabana, fue derribado para sentar un coliseo. Una leyenda refiere que fue el mismo Jesús de Nazareth, quien se le apareció en sueños al presidente Guzmán, increpándole por haber ordenado derrumbar su hogar.

Sea como fuera, Guzmán Blanco, un librepensador a beneficio de inventario, exclamó en su discurso inaugural del templo masónico (1877) que, a

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