En un atardecer cualquiera, el Estadio Alfredo Harp Helú se enciende como una catedral roja. Desde la explanada, donde la gente se retrata frente a un trinche de acero gigante, hasta las butacas altas que ofrecen panorámicas de los volcanes, todo vibra con la sensación de que el beisbol volvió a convertirse en el espectáculo de masas de la capital. Los vendedores de cerveza avanzan a paso rápido, las familias buscan tacos y palomitas en los pasillos, los niños esperan a los jugadores para un autógrafo. La postal podría ser de Los Ángeles o Nueva York, pero ocurre en la Ciudad de México, donde los Diablos Rojos han hecho de la pelota un negocio tan sólido como su historia deportiva.

Ese fenómeno tiene hoy números concretos. Tras debutar en la Bolsa Mexicana de Valores , el club comenzó

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