Cuando el uruguayo Andrés Matonte pitó el final, con ese 1-1 que mandaba todo a los penales, un silencio se apoderó del estadio. El viejo karma vendría. De las últimas ocho definiciones, River las había perdido a todas. Ahí estaban los jugadores de Libertad, juntos como un puño a pura arenga y esperanza . Los futbolistas locales, en cambio, dispersos en la mitad de la cancha, la mayoría con la cabeza mirando al piso. Al cielo observaba Marcelo Gallardo , tal vez pidiéndoles algo a los que ya no están en este plano. Entonces, sucedió la magia : el Monumental, que había estado apagado durante el juego, se encendió. Sí, los hinchas entendieron todo y dejaron los tibios silbidos para comenzar un aliento potente e intimidatorio . Desde ahí hay que entender la mufa que se sacó River en

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