La lectura siempre ha acompañado los trayectos humanos: del tranvía al tren, del barco al avión. Todavía hoy, en medio del vértigo urbano, es frecuente ver a hombres y mujeres que aprovechan el tiempo de viaje para sumergirse en una historia que los evada del tránsito y la rutina. Como escribió César Bruto: “Un libro en el bolsillo hace olvidar la pesadez del camino”.
No se trata de una práctica menor: los viajes y las lecturas se encuentran desde hace siglos en un pacto secreto. Los libros parecen hechos para acompañar los desplazamientos, para llenar los minutos de espera, para envolver con palabras los ruidos de las ruedas y los motores.
Nuestra literatura refleja esta escena entrañable en muchas páginas memorables. Desde Oliverio Girondo y sus 20 poemas para leer en el tranvía , di