El informe de Naciones Unidas confirma que integrantes de las Fuerzas Democráticas Aliadas (FDA) , un grupo insurgente alineado con el Estado Islámico , irrumpieron en aldeas, incendiaron viviendas , ataron a los residentes y los ejecutaron con armas rudimentarias. Estas atrocidades se producen en un territorio desgarrado por décadas de conflictos, donde convergen intereses de poder, control territorial y riqueza mineral .

En palabras de un funcionario local de Beni, Elie Mbafumoja , la denuncia fue tajante:
“ Esto es un genocidio en silencio . Desde hace once años la población vive bajo el peso de las masacres, y la comunidad internacional permanece indiferente. Estamos cansados de enterrar a nuestros hermanos . Necesitamos un diálogo urgente en todos los niveles —internacional, nacional, provincial y local— para devolver la paz a nuestra tierra ”.

Un tablero geopolítico en llamas

La masacre de Beni y Lubero llega en un momento especialmente delicado. El ejército congoleño libra un pulso militar contra la rebelión del M23 , un movimiento insurgente apoyado por Ruanda , que ha reactivado las tensiones regionales. Ambas partes ignoraron la fecha límite impuesta el pasado lunes para sellar un acuerdo de paz definitivo , en el marco de las conversaciones auspiciadas por Catar .

El fracaso de estas negociaciones ha intensificado la fragilidad política del Congo oriental y ha convertido al país en el epicentro de una guerra híbrida , donde se cruzan conflictos étnicos , intereses geoestratégicos internacionales y el implacable avance de un terrorismo yihadista que aprovecha el vacío de poder.

Una crisis humanitaria invisibilizada

La tragedia de Beni y Lubero vuelve a colocar bajo los focos la catástrofe humanitaria que se extiende por el este del país. Según organizaciones de derechos humanos, millones de desplazados sobreviven en campamentos improvisados, mientras que la violencia sexual, los secuestros y el reclutamiento de menores forman parte del arsenal habitual de las milicias.

La comunidad internacional, centrada en otros conflictos, ha dejado en segundo plano la sangría congoleña , pese a tratarse de una de las zonas más ricas del planeta en minerales estratégicos como el coltán o el cobalto, recursos esenciales para la industria tecnológica global.

El grito de un pueblo silenciado

El clamor de los supervivientes de esta nueva masacre es también un llamado desesperado: “Estamos cansados de matanzas” . Palabras que condensan once años de resistencia a la barbarie y que evidencian que, en la República Democrática del Congo, la paz sigue siendo un horizonte lejano.