Hace unos meses, participé en una sesión estratégica con una empresa mediana que acababa de implementar un asistente de inteligencia artificial (IA) para apoyar a su equipo de ventas. La promesa era ambiciosa: la herramienta redactaría correos personalizados, priorizaría prospectos y ofrecería información valiosa desde su CRM.

En una semana, estaban decepcionados. Los correos sonaban planos. La priorización de prospectos no tenía sentido. Las "ideas" resultaban irrelevantes. Pero el problema no era la IA. El problema era la falta de contexto.

La IA funcionaba exactamente como estaba diseñada. Simplemente no tenía idea de quiénes eran realmente sus clientes, cómo operaba su equipo de ventas ni qué hacía que la marca sonara única. Le dieron datos al sistema. Pero no le dieron significad

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