Sentirte parte de algo más grande, una comunidad. Eso buscamos cuando somos chicos y no fui la excepción. ¿El lugar? Hubo varios, según los años, pero el que recuerdo con nostalgia es la plaza. Quedaba a cuatro cuadras de casa y cansé sus baldosas entre los 10 y los 11. A esa edad -¿ahora sería diferente?- me dejaban ir solo y ahí me encontraba con mi “barra”, palabra que ya parece un tesoro arqueológico.
Nuestros entretenimientos -algunos de ellos- también podrían figurar en un museo. A mí me gustaba mucho la cartuchera de cowboy y una pistola a cebita que hacía ruido cuando se apretaba el gatillo. Lo escribo y me pregunto si acaso era un chico violento. Pero no. En verdad, también me surge otra idea. Se trataba de emular a los vaqueros que debían llevar armas: el salvaje oeste estaba l