Por Gustavo Peregó (Abeceb)

Henry Kissinger lo dijo con brutal claridad: “Quien controla el petróleo, controla el mundo”. Donald Trump parece haber tomado esa frase como hoja de ruta para su estrategia global. En su segundo mandato, el presidente apuesta a mantener los combustibles baratos dentro de EE.UU. como amortiguador del shock inflacionario que provoca su política de tarifas. Pero al hacerlo, arriesga algo mucho más profundo: la sostenibilidad del dominio energético estadounidense. Y con eso, su pulseada con China.

Durante años, el shale oil fue la joya de la corona de la independencia energética norteamericana. A partir de 2009, la revolución del fracking convirtió a EE.UU. en el mayor productor mundial de petróleo. Pero ese modelo empieza a mostrar señales de fatiga. Según la

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