En una aldea pequeña y tranquila, el líder espiritual había fallecido . La comunidad, desconsolada, sabía que necesitaba encontrar un nuevo guía, alguien capaz de inspirar, enseñar y conducir a todos por el camino correcto.
Se organizó entonces un concurso en el que distintos sabios y pensadores fueron invitados a disertar frente a los aldeanos. Con el correr de las semanas, los discursos se fueron sucediendo uno tras otro: algunos brillantes, otros más modestos, pero todos aportaban algo. Poco a poco, los candidatos fueron siendo eliminados, hasta que quedaron dos finalistas.
La gran final sería al día siguiente, ante toda la comunidad reunida.
Esa noche, después de la cena, cada uno de los finalistas se retiró a su habitación. Uno de ellos era conocido por su gran erudición: había