La Segunda División no supone bajar un escalón respecto a la Primera, sino descender una planta entera. Lo que en la categoría de plata se perdona de cara la portería, en la de oro supone la ejecución automática y sin derecho a juicio.
También es cierto que las victorias funcionan como antídoto ante cualquier intento de envenenamiento; las derrotas suponen aumentar la dosis de la ponzoña.
Valgan estos dos comentarios para poner en contexto el radical cambio que ha experimentado el vestuario del Real Valladolid respecto al de la temporada pasada. No parece que hayan pasado meses, sino siglos, ante la exhaustiva limpieza mental que ha experimentado un recinto acostumbrado a enhebrar derrotas como si fuesen las cuentas de un rosario, sin darle trascendencia.
De albergar varios grupos enfre